29 de septiembre de 2025 En el Congreso de la República, el tiempo no se mide solo en sesiones y votaciones. Cada minuto que pasa sin tomar decisiones de fondo significa más hogares que no logran cubrir lo básico, más jóvenes sin oportunidades, más familias atrapadas en la pobreza. La discusión sobre la iniciativa 5452, Ley de Desarrollo Económico de las Mujeres ─LEYDEM─, es el ejemplo más claro: ya cumplió dos lecturas en el pleno desde 2024 y falta únicamente una más, junto

Hubo un tiempo en que creímos en la política como herramienta de cambio. Soñamos con transformar realidades desde las urnas, confiamos en que los compromisos se cumplían y que la palabra pública tenía valor. Pero la realidad es otra: descubrimos que, en demasiadas ocasiones, la política se convirtió en un negocio que premia intereses personales y deja de lado a las personas y las causas que realmente importan.

En los territorios rurales de Guatemala, el Estado mantiene una narrativa: «vamos a diagnosticar», «vamos a planificar», «vamos a capacitar». Pero mientras esa narrativa progresa a paso lento, las mujeres rurales ─las que menos se nombran en los titulares─ ya están haciendo el país. No desde las cúpulas, sino desde el centro de la vida cotidiana: el cuidado, la agricultura, la economía doméstica, la comunidad. Foto: Mujer agricultora Zunil, Quetzaltenango

Cada 25 de noviembre, Guatemala vuelve a mirarse en el espejo de su propia historia. No es un día para el lamento, sino para la claridad: las mujeres guatemaltecas han conquistado espacios que décadas atrás parecían imposibles, y al mismo tiempo siguen enfrentando estructuras que avanzan más lento que ellas. En esta mezcla de logros y desafíos se encuentra hoy la verdad más honesta sobre lo que significa ser mujer en un país que ha sido construido, sostenido y transformado po

Guatemala vive en una contradicción permanente. Es un país que madruga, pero que decide tarde. Un país donde la gente se levanta antes del sol para abrir el negocio, para cocinar, para viajar dos o tres horas rumbo al trabajo o al mercado, para cuidar hijos, nietos o padres, pero donde las instituciones se mueven con la cadencia pesada de quien arrastra los pies. Hay algo profundamente desconcertante ─y ya casi cultural─ en este desajuste: mientras la población hace malabares